Cuando en El Orejón Sabanero quisimos dedicarle una entrada a Andrés Landero, nos encontramos con la pregunta por los límites entre la música campesina y la música independiente. Y la inquietud fue acerca de los límites, no de las diferencias, pues lo primero que salta al oído es que ambas son músicas que tienen cerradas las puertas de las emisoras comerciales (en otros términos, son músicas que no tienen cómo financiar la payola). Y, mientras ese post halla su punto de cocción, seguimos preguntándonos por lo que abarca la etiqueta de ‘músicas independientes’.
El hecho de que tal inquietud
siga abierta para El Orejón es una de las dos motivaciones de este escrito. La
otra proviene de algunas circunstancias que observo, desde Bogotá, en el
reencuentro de la agrupación Velandia y La Tigra, nombre inspirado en una
vereda de Boyacá (la misma donde Jorge Velosa perdió su Cucharita) y una
de Santander.
Esta banda, se sabe
desde sus inicios, es en esencia gestión y obra del músico piedecuestano Edson
Velandia, cuyas composiciones le han hecho fama de irreverente y vivaz, de
místico y vulgar. Un músico independiente que se inspira parejo en el campo y
en la ciudad: sus canciones beben de las expresiones agrestes y de la mirada
franca, sin pretensiones, propia de quien vive lejos de la presión urbana, pero
beben también de la vida callejera; de los ritmos y los acentos de la música
campesina y, al mismo tiempo, del rock, de la balada y del jazz.
En la obra de Edson
Velandia, los aspectos que suelen resaltar son sus decisiones líricas, su
puesta en escena y los temas que le interesan. De todo ello da cuenta su
máscara de burro, un personaje ambiguo como el que más: burro el político y el
soldado que ejecutan bestialidades; burro el que gusta de la hierba como del
agua; burro el de sexo protuberante; burro el que se equivoca y también el que
no aprende, el que llora desconsolado; burro el de oreja estrafalaria, el que
transporta en el campo y el que trabaja sin tregua. Esta última acepción
resulta propicia para hacer un recuento de su obra, más amplia de lo que ha
sido posible publicar.
En 2009, la Beca de
Música de Piedecuesta le permitió a Edson estrenar con la banda del Municipio
sus tres primeras Sinfonías Municipales. La #4 fue estrenada en 2011,
con la Bogotá Big Band, en el marco de Jazz al Parque. En 2010, con la Beca
Bicentenario de Santander, grabó el proyecto Seite Perdas Guerridas y
ese mismo año dirigió 728 ambulancias,
banda sonora que compuso para la película La
sociedad del semáforo. El año pasado, recibió la Beca de Creación
Dramatúrgica del Ministerio de Cultura, que le permitió montar la Ópera Rasqa La bacinilla de Peltre. También
de 2012 es su Rasqa Morse, lanzada en Bucaramanga con un ensamble que él llamó
Orfestra. Salvo las Sinfonías y la banda sonora, los trabajos mencionados se
han mantenido hasta ahora en los límites del Cañón del Chicamocha, lejos de los
cuales el ingenio de Velandia tiene muchos firmes seguidores.
En Bogotá, varios músicos
independientes han secundado sus ideas, como él, sin ánimo inmediato de
ganancias. En 2011, Juan Carlos Garay y Luis Daniel Vega lo invitaron a hacer
un disco con Jacobo Vélez en Matik-Matik, un lugar que conjuró sesiones de grabación
fuera de todo lo previsto, de las que también fueron parte Ben Calais, José
Perilla y Eblis Álvarez, quien grabó, intervino y masterizó el disco, que
todavía aguarda publicación. Ese mismo año, el Teatro Pablo Tobón Uribe de
Medellín lo invitó a ser parte de un homenaje al poeta León de Greiff; como
fruto de la iniciativa, Edson compuso y prensó en Piedecuesta el disco La lengua del León, del que se
publicaron 500 copias. En 2012, algunos músicos de La Distritofónica grabaron
su Quinta Sinfonía, en un proyecto llamado la Velandia Bin Ban, tal vez en
respuesta a la mirada quisquillosa de quienes no se sintieron a gusto con su
presencia en Jazz al Parque. Otra grabación en el tintero.
Lo anterior resume el
trabajo que nace de una voluntad obstinada en vivir de la música, a prueba de
pérdidas, escasez y reticencias locales, ya que fuera de Bogotá, al menos en
Santander, donde la oferta cultural es bastante estrecha, los públicos son tan conservadores
que vivir de la creación resulta una verdadera proeza, una valiente insensatez.
Y sin embargo con Cinechichera, su propio sello, Edson ha puesto a circular
cuatro discos con la banda Velandia y La Tigra, y uno más, Sócrates, con el Jardín Infantil La Ronda (Bucaramanga), los cuales
se venden hoy a precio de ganga. De estos trabajos, la revista Shock escogió Superzencillo como el disco del año, y
en 2011 incluyó Egippto como uno de
los cinco del año. La revista Semana escogió en 2007 el Once Rasqas también como disco del año y repitió en 2009 con Superzencillo.
Tras este recorrido
puede perfilarse una idea de la música independiente como aquella en la que
abunda la creación, pero no se puede publicar al mismo ritmo al que se compone
y se graba, ni se puede cobrar todo lo que se invierte. Hoy por hoy, esta
dinámica de trabajo artístico es propia del compositor urbano que, como señala
Béla Bartók en sus Escritos sobre música
popular, provee uno de los dos géneros de material musical, la música
popular ciudadana. El otro género es la música campesina; la distinción está
dada por la clase social en donde nacen y se difunden las creaciones. Así, la
música campesina es aquella que, fruto de la sensibilidad musical de los
campesinos y de sus tradiciones expresivas, circula sobre todo en la
convivencia de los campesinos, más que a través de los discos y de las
emisoras, a través de prácticas que las comunidades mantienen vivas. Otro
componente de esta definición es el hecho de que en la clase campesina las
personas satisfagan sus necesidades (materiales y morales, dice el autor), de
un modo directo, mediante el cultivo de la tierra y la preservación de las
tradiciones. Como resultado de esta forma de vida que conlleva la clase social,
la música campesina está marcada por “una masa de melodías y de estructuras
iguales”.
Estos aspectos
musicales son parte de la inspiración en las composiciones de Edson Velandia,
pero, al no ser campesino, la producción y la circulación de su obra se
circunscribe a los circuitos propios de la música urbana. Al respecto, vale la
pena retomar la vieja discusión que pasó a la tradición crítica como la
dicotomía entre apocalípticos e integrados, una expresión con la que se resume
el debate entre los pesimistas de la cultura de masas y los que rescatan sus
aspectos positivos. Del lado de los apocalípticos, se ha cuestionado por
décadas que la industria cultural entienda los productos artísticos como
mercancías y por lo tanto, los modele en función de un mercado masivo al que se
quiere entretener sin ponerle trabas, mediante una estandarización planificada.
Aunque esta perspectiva tiende a desmoronarse ante las posibilidades
tecnológicas contemporáneas, por las cuales, por ejemplo, los músicos
independientes pueden grabar sus propios discos y ponerlos a circular en una
amplia gama de redes (además de Internet, emisoras alternativas, por ejemplo),
en el caso colombiano aún tiene vigencia dicho pesimismo. En efecto, en nuestro
país la conformación de públicos reposa sobre todo en el alcance de las
emisoras comerciales, de manera que el trabajo alternativo que usa los medios
técnicos y mediáticos disponibles para producir discursos diferentes a los
comerciales, es aún incipiente.
Incipiente, pero en
curso, y este ánimo de la creación autónoma, que implica la propia gestión de
la circulación, viene a ser una de las trazas de la música independiente en
Colombia. Aun cuando los músicos independientes no sean compositores, comparten
una inconformidad que para Horkhaimer y Adorno es propia de las artes, una
inquietud con lo que ya está creado y, por ende, una pulsión continua de
reinventar los estilos. En el caso de Velandia, tenemos entonces su rasqa nuevamente en banda de cuatro. Si
fuéramos solo apocalípticos, nos veríamos tentados a leer el reencuentro como
una forma de hacerle frente al flujo comercial del que no puede escapar la
música ciudadana o, como también la llamó Bartók, la música culta popularesca. Pero,
si fuéramos también integrados, celebraríamos que la obra de este músico
continúe abriéndose nuevos públicos (su gira La Gramática, 2013, pasará por Medellín y Bogotá y estará en
Uruguay y en Argentina), y que no cese su impulso creador, aun cuando viva
fuera de la capital de un país centralista.
Por: Lucía Hernández
Por: Lucía Hernández
Gracias a Luis Daniel Vega (Festina Lente) por ampliarnos información sobre el proyecto Velandia Bin Ban: "los músicos de La Distritofónica que grabaron la Quinta Sinfonía Municipal fueron los de Asdrúbal (la grabaron en Matik Matik, reposa todavía pues saldrá en el esperado tercer disco de Asdrúbal y, vale la pena decirlo, fue la primera grabación oficial de una banda en Matik)".
ResponderEliminarY, sobre Asdrúbal: http://www.myspace.com/asdrubalcolombia