.jpg)
Hace dos semanas, el trío del pianista Holman Álvarez (con Jorge Sepúlveda en la batería y Julián Gómez en el contrabajo) se iba a reunir en el Museo Nacional para realizar unas sesiones, con concierto incluido, con el fin de grabar el material de su próximo disco. Sin embargo, una lesión en un dedo del contrabajista los obligó a modificar lo previsto, muy en sintonía con la tensión entre diferencia y repetición de la que tanto gusta este pianista. El público pudo disfrutar así de un concierto con tres tríos reunidos para conjurar el vértigo del azar controlado, en un programa que a su vez presentó nueve temas, como si refulgiera en este nuevo proyecto la Geometría del disco anterior de Álvarez (y Sepúlveda).
Para
dar inicio al concierto, luego de explicar la razón de los tres
tríos, Álvarez le recordó al auditorio que el concierto sería
grabado y que, por lo tanto, si alguien sentía la necesidad de
salir, por favor lo hiciera solo al final de las piezas. Su
observación me hizo notar que, en efecto, hay músicas que en
determinado momento necesitamos parar de escuchar, tal como lo
corroboró el par de personas que se retiró del auditorio cuando se
hizo sentir la primera pausa. Y, aunque el auditorio estaba casi
lleno, nadie se animó a aplaudir sino hasta bien avanzado el
concierto, timidez que al menos yo lamenté, por la fascinación que
me despertó sobre todo el primer trío, pero a la cual ya parecen
estar acostumbrados los músicos experimentales. En esa primera
pausa, Kike Mendoza (el primer invitado), Sepúlveda y Álvarez se
miraron, expectantes, soltaron el aire contenido en su cuerpo y
sonrieron entre sí para continuar concentrados la segunda pieza.
La
guitarra de Mendoza se sumó al piano en la voluntad de rehuir
melodías predominantes. Percibimos un sonido mucho más
“Distritofónico”, en el sentido de que fue mucho más
experimental y fracturado que el de los otros dos tríos. Un sonido
más difícil de escuchar, con búsquedas mucho más libres, propias
de una improvisación profunda, de la que los tres músicos son
avezados exponentes. El segundo trío, con Juan Arbaiza, invitado en
el saxofón, sonó mucho más lírico, quizás de ahí una mayor
empatía por parte del público, ya que las melodías del saxofón
fueron mucho más claras que las de la guitarra que lo precedió. En
el tercer trío estuvieron como invitados Nestor Vivas en el
sintetizador y Ramón Berrocal en la batería, quien propuso un piso
mucho más constante que el de Sepúlveda y por eso, a nuestro modo
de ver, el resultado fue un sonido mucho más cercano al jazz.
Para
cerrar la intervención de cada trío, Álvarez, compositor de todas
las piezas, propuso un ejercicio de improvisación muy sugestivo, a
propósito de las posibilidades de un método de creación abierto al
azar. En una bolsa llevaba varios papelitos que contenían
indicaciones sencillas, como una sola palabra que evocara alguna
imagen o concepto; una frase musical, o una instrucción para la
ejecución. Cada uno de los músicos, incluido él mismo, debía
tomar dos de los papelitos y basarse en lo que estos indicaran para
la ejecución de la pieza a continuación. Vimos que esta propuesta
obligaba a los músicos a salir de su zona de confort, las rutas
aprendidas de la improvisación, y los forzaba a imprimirle a su
propia interpretación un aspecto sónico adicional y sorpresivo. Si
a alguno le salía por ejemplo la palabra 'Nebulosa', su atención
debía esmerarse en tocar la misma pieza de sus compañeros, pero de
tal modo que su instrumento pudiera evocar la forma, la estructura o
el significado de una nebulosa. Un método que llamaríamos
simpático, en el sentido de la creación o el hallazgo de analogías
entre elementos disímiles, pero que se pueden vincular a partir de
mínimos elementos vinculantes.
Cada
invitado se mostró satisfecho al retirarse del escenario, tal como
sonó el aplauso final. Cuando nos despedimos de Jorge Sepúlveda,
dijo algo que confirmó una sensación que tuve durante todo el
concierto: “¡Qué tal todos esos cambios de colores, no?” Y, sí,
en ese piano elocuente y literario de Holman Álvarez, volví a
sentir esa luz que predomina en sus composiciones, en parte, a través
del justo énfasis que también le da a la oscuridad. El concierto
nos mostró una música capaz de conducir a estados anímicos
extremos; capaz de hacer que alguien sienta la necesidad de
retirarse, como Álvarez lo había anticipado al comienzo, y al mismo
tiempo, capaz de generar una entusiasta expectativa por el momento en
que se puedan reproducir, bajo los mismos títulos de las piezas del
disco, los sonidos únicos que escuchamos esa tarde en el Museo.
Estoy segura de que no es solo el caso del Orejón.
Por: Lucía Hernández
No hay comentarios:
Publicar un comentario