31/1/14

Por un dedo. Holman Álvarez y su método aleatorio



Hace dos semanas, el trío del pianista Holman Álvarez (con Jorge Sepúlveda en la batería y Julián Gómez en el contrabajo) se iba a reunir en el Museo Nacional para realizar unas sesiones, con concierto incluido, con el fin de grabar el material de su próximo disco. Sin embargo, una lesión en un dedo del contrabajista los obligó a modificar lo previsto, muy en sintonía con la tensión entre diferencia y repetición de la que tanto gusta este pianista. El público pudo disfrutar así de un concierto con tres tríos reunidos para conjurar el vértigo del azar controlado, en un programa que a su vez presentó nueve temas, como si refulgiera en este nuevo proyecto la Geometría del disco anterior de Álvarez (y Sepúlveda).

Para dar inicio al concierto, luego de explicar la razón de los tres tríos, Álvarez le recordó al auditorio que el concierto sería grabado y que, por lo tanto, si alguien sentía la necesidad de salir, por favor lo hiciera solo al final de las piezas. Su observación me hizo notar que, en efecto, hay músicas que en determinado momento necesitamos parar de escuchar, tal como lo corroboró el par de personas que se retiró del auditorio cuando se hizo sentir la primera pausa. Y, aunque el auditorio estaba casi lleno, nadie se animó a aplaudir sino hasta bien avanzado el concierto, timidez que al menos yo lamenté, por la fascinación que me despertó sobre todo el primer trío, pero a la cual ya parecen estar acostumbrados los músicos experimentales. En esa primera pausa, Kike Mendoza (el primer invitado), Sepúlveda y Álvarez se miraron, expectantes, soltaron el aire contenido en su cuerpo y sonrieron entre sí para continuar concentrados la segunda pieza.

La guitarra de Mendoza se sumó al piano en la voluntad de rehuir melodías predominantes. Percibimos un sonido mucho más “Distritofónico”, en el sentido de que fue mucho más experimental y fracturado que el de los otros dos tríos. Un sonido más difícil de escuchar, con búsquedas mucho más libres, propias de una improvisación profunda, de la que los tres músicos son avezados exponentes. El segundo trío, con Juan Arbaiza, invitado en el saxofón, sonó mucho más lírico, quizás de ahí una mayor empatía por parte del público, ya que las melodías del saxofón fueron mucho más claras que las de la guitarra que lo precedió. En el tercer trío estuvieron como invitados Nestor Vivas en el sintetizador y Ramón Berrocal en la batería, quien propuso un piso mucho más constante que el de Sepúlveda y por eso, a nuestro modo de ver, el resultado fue un sonido mucho más cercano al jazz.

Para cerrar la intervención de cada trío, Álvarez, compositor de todas las piezas, propuso un ejercicio de improvisación muy sugestivo, a propósito de las posibilidades de un método de creación abierto al azar. En una bolsa llevaba varios papelitos que contenían indicaciones sencillas, como una sola palabra que evocara alguna imagen o concepto; una frase musical, o una instrucción para la ejecución. Cada uno de los músicos, incluido él mismo, debía tomar dos de los papelitos y basarse en lo que estos indicaran para la ejecución de la pieza a continuación. Vimos que esta propuesta obligaba a los músicos a salir de su zona de confort, las rutas aprendidas de la improvisación, y los forzaba a imprimirle a su propia interpretación un aspecto sónico adicional y sorpresivo. Si a alguno le salía por ejemplo la palabra 'Nebulosa', su atención debía esmerarse en tocar la misma pieza de sus compañeros, pero de tal modo que su instrumento pudiera evocar la forma, la estructura o el significado de una nebulosa. Un método que llamaríamos simpático, en el sentido de la creación o el hallazgo de analogías entre elementos disímiles, pero que se pueden vincular a partir de mínimos elementos vinculantes.

Cada invitado se mostró satisfecho al retirarse del escenario, tal como sonó el aplauso final. Cuando nos despedimos de Jorge Sepúlveda, dijo algo que confirmó una sensación que tuve durante todo el concierto: “¡Qué tal todos esos cambios de colores, no?” Y, sí, en ese piano elocuente y literario de Holman Álvarez, volví a sentir esa luz que predomina en sus composiciones, en parte, a través del justo énfasis que también le da a la oscuridad. El concierto nos mostró una música capaz de conducir a estados anímicos extremos; capaz de hacer que alguien sienta la necesidad de retirarse, como Álvarez lo había anticipado al comienzo, y al mismo tiempo, capaz de generar una entusiasta expectativa por el momento en que se puedan reproducir, bajo los mismos títulos de las piezas del disco, los sonidos únicos que escuchamos esa tarde en el Museo. Estoy segura de que no es solo el caso del Orejón.




Por: Lucía Hernández

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