Aunque inspirada en el
formato de la banda de rock, Mula*, en realidad, se aleja de este modelo al sustituir
el cantante por una pareja de saxofones, acompañados por guitarra y bajo
eléctricos, una batería y un enorme pero sutil arsenal de efectos electrónicos,
y su primer trabajo, De carga pesada y
patada fina (Festina Lente Discos, 2013), lanzado el pasado mes de agosto,
se puede entender como un encuentro entre rock y música improvisada libre. Es
decir, una tensión entre dinamismo y fuerza por un lado, y densidad y extrañeza
por el otro. Pero no solamente: en la superficie de la música de esta banda,
liderada por el bajista Santiago Botero, también tienen encuentro diversas sonoridades
como el bolero, la psicodelia, el jazz, la champeta y el pop. Y aunque el
interesado podrá encontrar esta propuesta en formato de disco compacto o en
versión electrónica, este trabajo está pensado sobre todo como un casete**, en
el que cada uno de sus dos lados muestra una faceta distinta de la banda.


El lado A (o MULA) está
dedicado a su faceta más roquera, y aunque se podría decir que en este lado el
rock es interpretado de una manera improvisada, preferiríamos decir que aquí el
rock funciona como una especie de cerco en cuyo interior crecen jardines de
improvisación. Es decir, ciertas sonoridades del rock, reconocibles a través de
la percusión, el bajo y la guitarra, van permitiendo la instalación de secciones
plenamente improvisadas impulsadas sobre todo por los saxos y la electrónica.
El tercer corte de esta
cara, “Broma pesada para obsesivos compulsivos”, además de su interesante
carácter narrativo es, a nuestro criterio, un claro ejemplo de este diálogo
entre rock e improvisación. La pieza se divide claramente en tres partes: en la
primera, una guitarra distorsionada irrumpe el equilibrio establecido por dos
saxofones y los conduce a un conflicto en el cual ninguno parece escuchar al
otro (sección improvisada); en la segunda parte surge de pronto una negociación
entre los saxofones y luego toda la banda parece entrar en cordura; en la
tercera parte, el conflicto resuelto nos adentra, a través de una melodía
cíclica, en un nuevo estado de equilibrio.
Otro aspecto
interesante que aparece en las piezas de este lado A es la incertidumbre, es
decir, el hecho de que el escucha sea inducido a aventurar ciertas
interpretaciones que luego resultan desvirtuadas. Por ejemplo, “Universal
pequeña universal”, en la que detrás de una realidad aparentemente idílica, se
esconden el horror y la angustia. O, en el segundo corte, “Martillo y puñal”, en
la cual aunque la música privilegie la idea de la melancolía amorosa, la letra,
compuesta y cantada por Edson Velandia, cambia su sentido y nos habla más de un
despecho social.
El lado B (o MULB) del casete está dedicado a la otra faceta que, en contraste con el lado A, lleva la experimentación a un nivel más alto, donde la improvisación es la que subordina todos los demás elementos. Su producción es, además, el resultado de la cooperación entre Mula y Las Viudas (otro proyecto de Santiago Botero), de la cual surgen Las Miulas, una conformación alternativa de la banda (con Benjamin Calais y Andrés Gualdrón).
Este lado está conformado por seis piezas (dos de ellas aparecen de manera exclusiva, una en el casete y otra en la versión electrónica) cuyo carácter más prominente es la creación sonora de atmósferas psicodélicas. Las piezas ya no parecen contar historias sino sugerir espacios para la introspección, ya sea de corte industrial como en “Luciérnagas y flores”, o entre lo bucólico y lo urbano como en “La balada de las Miulas”. Las sonoridades del rock ya no funcionan como un límite rodeando a lo demás sino o bien como invitadas que deambulan entre sonidos sintetizados, abstractos o algunos más convencionales, o bien ya plenamente transformadas en ruido. Las líricas, improvisadas por Andrés Gualdrón, recuerdan la poesía surrealista, como “Pangea”, no solo por su imaginería sino porque es producto de un canto automático. Sin embargo, valga la pena aclarar que Mula es una agrupación eminentemente instrumental e incluso en las pocas piezas que poseen líricas (salvo “Pangea”), estas no tienen una función central sino de acompañamiento a los demás instrumentos, incluso a veces casi escondidas entre ellos.
Se podría pensar que una propuesta en la que se conjugan tal cantidad de elementos, debe generar un sonido igualmente heterogéneo y dispar. Sin embargo, la manera en que la banda consigue incorporarlos logra un balance que resulta en un sonido sólido, donde no se nota ninguna costura. Invitamos, entonces, a escuchar este trabajo y nos aunamos a la voz que recomienda “el uso desmesurado de volumen para escuchar todos los detalles” inmersos en esta sonoridad cargada, pesada y fina.
Se podría pensar que una propuesta en la que se conjugan tal cantidad de elementos, debe generar un sonido igualmente heterogéneo y dispar. Sin embargo, la manera en que la banda consigue incorporarlos logra un balance que resulta en un sonido sólido, donde no se nota ninguna costura. Invitamos, entonces, a escuchar este trabajo y nos aunamos a la voz que recomienda “el uso desmesurado de volumen para escuchar todos los detalles” inmersos en esta sonoridad cargada, pesada y fina.
* La banda está conformada por Santiago Botero (bajo), Ricardo Narváez (saxofón tenor), María Angélica Valencia (saxofón alto y clarinetes), Enrique Mendoza (guitarra), Ricardo Gallo, (electrónica, teclados y procesos) y Camilo Bartelsman (batería y percusión), y en vivo los acompañan Camilo Cogua y Laura Anzola (imágenes en directo).
** El disco compacto se puede encontrar en Tornamesa y Tango Discos. La versión electrónica se puede descargar en Bandcamp. Y el casete se vende en los conciertos de la banda.
Por: Germán Serventi
Por: Germán Serventi
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