22/12/13

Dos encuentros públicos en torno a la música, en 2013 (primera parte)



Fotografía: Violín de guadua, Román Popó. 
Tomada de: Revista A Contratiempo


Para despedir este año, en el que no faltaron lanzamientos independientes ni fiestas variopintas en Bogotá, quisimos compartir dos eventos recientes a los que fuimos a parar oreja: el III Encuentro Nacional de Investigación y Documentación Musical (ENIDM), convocado por el Ministerio de Cultura, y el Plantario, convocado por Idartes. Aunque en ambos casos el propósito del evento podría resumirse como la posibilidad de compartir experiencias de interés para el gremio, las diferencias que saltaron al oído entre las discusiones a que cada uno dio lugar fueron dicientes, acerca de las prioridades en el campo de la música, en un país con las particularidades de un territorio como el nuestro.



El ENIDM, del 16 al 18 de octubre de 2013

La convocatoria de este evento ha sido parte, desde su primera versión en 2009, de la Dirección de Artes y del Plan Nacional de Música para la Convivencia, un programa que suele ser objeto de críticas por parte de muchos músicos interesados en las músicas tradicionales. El objetivo concreto del Encuentro es “la elaboración de agendas bianuales concertadas”; se espera que los investigadores musicales y los gestores de centros de documentación aporten sus ideas para el desarrollo futuro de políticas públicas que favorezcan este campo de trabajo. Un aspecto para elogiar de su programación fue la variedad de las presentaciones, que nos recordó la pertinencia de tener una perspectiva abierta, sobre todo cuando se trata de un campo con tradición de pocos recursos monetarios. 

Destacamos, con el criterio subjetivo de la sorpresa, investigaciones como la de Paloma Muñoz, Vicerrectora de cultura y bienestar de la Universidad del Cauca, quien nos presentó su trabajo acerca de los violines de negros, pertenecientes al sistema musical del bambuco en la región del Valle del Patía, del que es parte el son patiano (de este trabajo, hay dos discos publicados). La investigación de Ana María Arango, por su parte, no solo nos presentó el valioso trabajo de la Corp-Oraloteca en el Chocó, sino que también nos deleitó con sus reflexiones en torno a la particular visión del cuerpo que determina la crianza en las comunidades afro descendientes (investigación y documental próximos a publicar). Otra investigación que resaltamos es la de Ana María Ochoa, por el carácter sugerente de sus hallazgos. En su conferencia “Historia de la voz e investigación musical en el siglo XIX en Colombia”, hizo visible cómo en el siglo XIX y bajo la ideología de la ciudad letrada, el pensamiento sobre la voz y lo sonoro estuvo tamizado más por la reflexión lingüística y literaria que por una propiamente musical. 

En cuanto a la perspectiva institucional, nos enteramos de varios recursos que vale la pena conocer. Por ejemplo: una página en la que es posible consultar (usuario y clave: consulta) las asignaciones presupuestales para la música, provenientes del IVA (hoy, Impuesto Nacional al Consumo); el programa de Músicas para la Reconciliación; los Consejos Departamentales de Patrimonio que, a través de las alcaldías, prestan asesoría en torno al uso y preservación de los patrimonios culturales; la publicación de cartillas de iniciación en músicas tradicionales que cubren once ejes regionales (hay al menos una disponible en cada municipio del país); la Cartografía de Prácticas Musicales en Colombia; la revista A contratiempo, y el mapa sonoro colombiano de la Fonoteca. De estas iniciativas promovidas por el Estado resulta claro que siempre se quedan cortas para lo que se requiere en un territorio como el nuestro, teniendo en cuenta que de las partidas presupuestales más bajas que se manejan es la del Ministerio de Cultura. Aun así, en el Orejón encontramos que es bueno también encontrarse con estos otros discursos, los de la repartición concreta de los recursos y las posibilidades que ofrecen los gobiernos. Por supuesto, con todas las críticas a que haya lugar. Pero hay que comenzar por enterarse de lo que sí hay, entre otras cosas, porque muchas veces se pierde, no solo a causa de la corrupción, sino también por falta de ejecución.

Otro recurso público de interés para los investigadores musicales es la Metodología general para la formulación de proyectos de inversión pública. A pesar de que se cuestionó el marco de un formato para hacer una propuesta de investigación musical, varias agremiaciones han optado por acogerse a la metodología general ajustada (MGA) como un instrumento que, a través de un marco lógico, permite planear un conjunto de actividades concretas financiadas con dineros públicos. En cuanto a recursos no gubernamentales, cabe destacar la Colección Culturas musicales en Colombia, la Sociedad de Etnomusicología, en España, y la Asociación de Músicos Populares, en Argentina.

Muchos otros proyectos nos sorprendieron, por distintas razones, y no podemos aquí sino presentar un inventario para los interesados: la plataforma digital de publicaciones académicas Scielo, de la que es parte la Revista Musical Chilena y en la que, a su vez, aparece una reseña de la investigación de María Eugenia Londoño, “La música en la comunidad indígena ebera-chamí de Cristianía”. Conocimos la revista electrónica El oído pensante; los aportes de una corriente en desarrollo llamada la etnografía colaborativa; la recuperación del corto Rapsodia en Bogotá. Nos encontramos con varias fuentes de divulgación y desarrollo de investigaciones sobre música: Antropomúsica; Festival del imaginario; Fundación Bandolitis, de la que resaltamos el grupo de investigación Argonautas, que tiene en curso una investigación que busca reconstruir y preservar la memoria sonora de Bogotá. Al respecto, es también de destacar el proyecto Bogonauta, un mapa sonoro interactivo de Bogotá. Finalmente, existen hoy en  nuestro país una Sociedad Colombiana para la Investigación en Educación y Psicología de la Música y una Asociación Colombiana de Investigadores de la Música.

Hasta aquí nuestro inventario de referencias de oídas. En medio del entusiasmo de los asistentes (unos 200 este año, por primera vez) y del agotamiento en las sesiones, la percepción global que nos llevamos del evento es que, por parte del Estado, parece haber una comprensión academizada de la cultura y aquí particularmente de la música. Consideramos que un evento como este, debido a su temática, comunidad y objetivos, esto es, enfocado específicamente a la investigación académica, debería estar apoyado principalmente por el Ministerio de Educación o por instituciones como Colciencias, más que por el Ministerio de Cultura. Dado que no es así vemos que, en el caso de las artes, prima el académico sobre otro gestor cultural en el manejo público de la cultura, idea que se ratifica al observar los perfiles que se manejan en las Convocatorias de Estímulos por parte de MinCultura. 

En otras palabras, vale la pena preguntarse quiénes son los principales interlocutores del Ministerio de Cultura. La pregunta cobra relieve porque conlleva el criterio de los fenómenos culturales y artísticos en nuestra sociedad. Si la repartición de los recursos de MinCultura muestra una prevalencia de la perspectiva académica, puede entenderse entonces que la misión del Ministerio resulta, más que ejercida por él mismo, delegada a las instituciones educativas. Y así, el ENIDM nos deja ver que se revive en nuestro siglo, bajo otra forma, una ideología de la alta cultura. Ahora que la música por excelencia dejó de ser la música académica, aquella que se respaldaba en el siglo XX con mayor ahínco, desde la Constitución del 91 el objeto de la categoría ‘cultura’ cambió y hay un mayor interés por las músicas tradicionales. Sin embargo, en el ámbito del Estado dicho interés se expresa en una continua delimitación por parte del trabajo de la academia, tamiz que puede esconder cierta normalización de la cultura, así sea en nombre de la perspectiva multicultural. 

Esta situación resulta problemática, a nuestro juicio, por varias razones. Una de ellas es que en vez de que los recursos públicos promuevan un empoderamiento de las comunidades de sus propias tradiciones y creaciones, fomentan el espíritu académico de la conservación de la cultura a toda costa, entendiéndola como un museo, como un registro que se agota en el documento, y no como una manifestación viva, desarrollada por agentes concretos en escenarios específicos. Al respecto, una de las ideas que nos encontramos más adelante en el Plantario de Idartes es que vale la pena cuestionar la afamada expresión “patrimonio inmaterial”, porque nos hace perder de vista que el patrimonio cultural consiste en el trabajo puntual de quienes ejercen un arte, con unos instrumentos, unos materiales, para grupos de personas que a su vez comparten un territorio. Si bien desde la academia lo inmaterial parece ser el principal interés, desde el Ministerio de la Cultura deberían tener privilegio los aspectos materiales de este patrimonio.

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