16/10/14

Festival Distritofónico 2014: Jornada 2



La segunda noche del Festival se celebró en Matik-Matik, casa de La Distritofónica, y como en la primera velada, el sello fue la diversidad. Música de cámara y fiesta electrónica lograron que esta vez el lugar estuviera lleno desde temprano, a pesar de que la puntualidad no suele ser característica del público de Matik.

El primer concierto estuvo a cargo de Trip Trip Trip, el trío de guitarras bogotano cuyo nombre, tomado de la novela Opio en las nubes, nos ubica lejos de cualquier idea acartonada de la música de cámara, ese formato ideado para la intimidad de un recinto pequeño y de pocos músicos que, sin director, ejecutan cada uno una parte diferente de la pieza. El trío, conformado por Camilo Giraldo, César Quevedo y Guillermo Bocanegra, ejecuta composiciones originales y piezas por encargo, así como arreglos y transcripciones que ellos mismos realizan en virtud de su interés decidido por las músicas latinoamericanas.

Así, la primera pieza que oímos anoche fue “Preludio”, creación de Camilo Giraldo. Luego, sin la pausa del aplauso, sonaron “Danza #1” del brasilero Egberto Gismonti y “Chucu chucu”, también de Camilo Giraldo. El nombre de esta última, tan familiar para los colombianos, anuncia en efecto el aire sonoro de esta onomatopeya de la raspa, que se integra en una pieza donde la intención del baile desemboca en una enérgica coda que nos devuelve al ambiente de la pequeña cámara del trío de cuerdas. Y ya entrados en el tremendo virtuosismo de estos tres guitarristas, esas cuerdas rasgadas justamente cual raspa o guacharaca nos sumergían en su técnica extendida, por la cual la guitarra es también para percutir y sus cuerdas para ser haladas, acariciadas y golpeadas, no solo en el rango del diapasón sino donde quiera que estén aún tensas. ¡“Qué cosa tan seria” este gusto en el Distritofónico por transgredir los límites de los instrumentos!

Luego vinieron “Dios es inalámbrico”, del bogotano Damián Ponce y “Hermanita ven conmigo”, del también bogotano Eblis Álvarez que, debido a la confianza de la amistad, fue presentado como el “salsero rehabilitado de las drogas”. Las risas (también del mismo Álvarez) expresaban lo que Camilo Giraldo describió como el mejor público con el que quizás ha contado el Trío, uno en el que la notable presencia de pares les permitió sentirse en casa.

La última pieza de Camilo Giraldo que escuchamos anoche fue “Variaciones sobre un tema de mi vecino alado”, y luego vendrían “Nagoyas”, de Steve Reich; “Pájaros”, de otro amigo bogotano, Alejandro Zuluaga, y por último, “Danza #2”, nuevamente de Gismonti. El escogido por los trips fue un repertorio fascinante que en la intimidad de bar, cuya atmósfera se supondría ajena para un trío de cuerdas, nos permitió disfrutar del diálogo directo de sus miradas, de sus gestos apasionados, como de acordes y melodías encantadoras a través de una ejecución llena de vida, verdaderamente admirable.

El segundo concierto estuvo a cargo de Invader Ace, dúo de música electrónica conformado por Anton Toorell (Suecia) y Peder Simonsen (Noruega). Veinte minutos se requirieron para acondicionar el escenario: el piso quedó atiborrado de pedales de todo tipo; el frente, entre el público y los músicos, se llenó de una serie de mesas con cajas de ritmos y sintetizadores; el fondo, contra los ladrillos, quedó forrado con una pared de radios y amplificadores de hace más de medio siglo. Un escenario casi pensado como un museo musical.



Además de que cada músico se hizo cargo de su juego completo de pedales y cajas electrónicas, Toorell interpretaba una guitarra eléctrica, y Simonsen una enorme tuba que no soltó en todo el concierto. Por su parte, el primero era el encargado de algunos cantos aislados y tenía una mayor cobertura de las cajas de ritmos que su compañero tubista. El estilo de su guitarra recordaba cierto espíritu surf acentuado por la Fender Jaguar ajetreada que tenía en sus manos. Su actitud fue sobria y casi de director. Simonsen, entre tanto, era el cuerpo del dúo y lo decimos en un sentido doble. Su performancia en el escenario fue totalmente corporal con movimientos bruscos, casi metaleros, con la enorme tuba en sus brazos. Y mediante esta, la sonoridad que resultaba era casi concreta, llena, densa, en contraste con con el resultado plano y sin volumen propio de aquella música electrónica de baile que suele abusar de la síntesis.

De esta manera, la música de Invader Ace, aunque se inscribe en la corriente de la música electrónica de baile con fuertes reminiscencias, por ejemplo, a Daft Punk, logra un sonido que parece estar en contravía de la música de síntesis: un sonido grueso, de poca definición, con bastante ruido y lleno de huecos o saltos. Y este sonido lo logran con dos características importantes. Primero, que su propuesta electrónica prescinde por completo del uso del computador, no hacen uso de software o tecnología electrónica de punta para la manipulación del sonido, prefiriendo la manipulación directa y analógica. En segundo lugar, todas las señales sonoras antes de convertirse en sonido audible son recogidas y emitidas vía FM a la pared de radios viejos de tubos que les sirven de amplificación. En ese sentido, la presentación consistía a la vez en un concierto y una emisión radial.

Con toda esta configuración, que lograba un sonido fuerte, sucio y obstinado en sus largas secuencias de repeticiones, Invader Ace fue el primero en levantar al público del Distritofónico y ponerlo a bailar, en un concierto que sorprendió gratamente por la gran cantidad de caras nuevas y conocidas que convocó, en torno al baile impulsado por el eco de la tuba que retumbaba en el vientre y en el pecho de quienes sudábamos allí. 

Los escandinavos parecen ser de pocas palabras y de mínimo español. Quede como evidencia de su setlist la imagen que acompaña a este texto. Esperamos que también hoy el público asista entusiasta, primero al Jorge Eliécer Gaitán y luego a Matik-Matik. Habrá, sin duda, dosis suficientes de contemplación y de baile desenfrenado para todos los gustos.

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