En la noche de ayer asistimos a tres conciertos particularmente emotivos, cada uno por su propia naturaleza. Los dos primeros tuvieron lugar en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán y a pesar de la gran cantidad de asientos vacíos, la belleza de las músicas vividas allí despertó robustos aplausos en las almas (una palabra que se repitió bastante) que salieron complacidas al reencuentro con la frialdad de la calle, ya cerca de la media noche.
El primer concierto fue
el de John Medeski, uno de los grandes legendarios en la escena
vanguardista del jazz en Nueva York. Conocido sobre todo por su
participación en el trío Medeski Martin &
Wood, este compositor y pianista nos compartió anoche algunos
fragmentos de su disco en solitario A different time
(Okeh, 2013). Decimos fragmentos y no temas o piezas, pues su
presentación no fue como tal la de un repertorio, sino más bien el
arrojo a la creación viva, intensa, de prolongadas secuencias muy
parecidas a la vida: por momentos gozosas e incitantes; por momentos
tensas, difíciles de seguir; por momentos sosegadas y
reconfortantes. En todos los recorridos a los que se aventuró, el
beat del Boogie Woogie acabó siendo un punto de llegada o de
retorno. Su pie derecho bailaba entonces por cuenta propia como en el
más alocado salón de Swing y en realidad, su cuerpo entero se movía
como queriendo agotar por completo un piano que no le bastaría para
todo lo que había por crear. Su música seguía siendo una aguda
metáfora de la vida.
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Fotografía de Carlos Mario Lema, cortesía de Idartes. |
Hacia
la mitad de su presentación, en efecto, continuar sentado frente al
piano no bastaba. Al ponerse de pie para manipular las cuerdas del
piano (rasgándolas, halándolas, golpeándolas), iniciaba una
singular secuencia en la que las notas esporádicas provenientes del
teclado compartieron escena con la intervención de dos instrumentos
más: primero, un shruti box, luego una melódica, y luego los tres
instrumentos juntos, en una atmósfera que no solo hablaba de las
búsquedas profundas de este músico, experto en una amplia variedad
de teclados, sino también de esa capacidad que tiene una obra
abierta para referirse al universo complejo y polivalente que la hace
posible. Medeski se tomó solo dos brevísimas pausas, más como
referencia para concluir un todo e iniciar uno nuevo, que para
complacerse en los aplausos.
Fotografía de Andrés Aceves, cortesía de Radio Mixticius |
Tras
el intermedio de rigor y para continuar el espíritu de diversidad
propio del Festival, llegaron Lucía Pulido y Erik Friedlander con un
repertorio de cantos del Pacífico colombiano y de poemas, que
pertenece a un disco (más bien, un objeto artístico) que se
publicará en diciembre con el apoyo de Festina Lente, Nova et Vetera
y Tragaluz Editores. Además de la bella interpretación que
consiguió la voz de Lucía Pulido para los cantos tradicionales
escogidos, asistimos a un encuentro conmovedor entre música y
literatura gracias a los arreglos que Friedlander hizo para adaptar
las sonoridades de su chelo a algunos poemas colombianos evocados por
la voz de Lucía Pulido. Este encuentro se expresó de dos maneras:
en algunos casos se trató de la musicalización de los poemas que
ella cantó mientras él la acompañaba con las cuerdas; en otros, de
la interpretación solitaria del chelo para el poema previamente
recitado por ella. Escuchamos, pues, en estas dos modalidades de
arreglo, las letras de los poetas colombianos Raúl Gómez Jattin,
Raúl Henao, Manuel Mejía Vallejo, María Mercedes Carranza, Aurelio
Arturo y Jorge Gaitán Durán.
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Fotografía de Andrés Aceves, cortesía de Radio Mixticius |
El afecto y la admiración
recíproca que se les vio a estos dos músicos en el escenario fueron
parte de las razones por las que este diálogo, entre sonoridades
vanguardistas (tanto en la voz como en el chelo), imágenes
literarias colombianas y cantos de espíritu milenario, resultó tan
sobrecogedor. Lucía Pulido destacó la importancia de un Festival
como el Distritofónico, para que las nuevas músicas de aquí y de
afuera puedan tener un espacio “al alcance de la mano”.
Al salir del Teatro la
lluvia de octubre se hacía sentir, y algunas voces en medio del humo
de los cigarros decían no tener oído para más música “por hoy”.
Pero faltaba aún el cierre de la jornada en Matik-Matik, donde el
reencuentro de Asdrúbal, primer proyecto de La Distritofónica,
celebraría además la primera década del colectivo abanderado de
este Festival. Celebración que llenó nuevamente el lugar.
Los músicos de Asdrúbal
interpretaron parte del repertorio grabado hace diez años, con la
misma euforia de entonces. Por eso el público, en el que muchos eran
amigos contemporáneos, se contagió también de ese entusiasmo sin
edad que esta “Papayera del infierno” sabe recrear tan bien. No
solo se trataba de que la banda y los invitados estuvieran felices
por la ocasión; también su música festiva y desaforada, alegre y
luminosa, nos recordaba por qué estábamos ante una propuesta que,
en palabras de Ricardo Gallo, no se parece a nada más. Que lo
tropical bogotano tiene su propio tinte.
Los invitados fueron Juan
David Castaño, quien se despachó un solo excepcional en un set de
cencerros; Marco Fajardo, que también es parte de Asdrúbal y cerró
el concierto con una descarga explosiva de su clarinete, y Peder
Simonsen (de Invader Ace), quien hizo lo propio con su tuba en el
único tema nuevo que se tocó anoche, “para demostrar que sí
hemos evolucionado”, señaló Alejandro Forero (guitarra) con el
ánimo jocoso que estuvo presente durante todo el concierto. Cabe
agregar que, como parte de la fiesta, se vendió anoche el último
ejemplar del segundo disco de Asdrúbal (el primero se agotó por
completo hace un buen tiempo).
Al salir en la madrugada,
nuevamente la lluvia había recorrido las calles, pero su olor frío
evocaba las músicas estimulantes de esta generosa jornada, que nos
habían llevado a contemplar esa enigmática complejidad de la vida
misma, a recordar los versos no leídos de nuestros célebres poetas
y a viajar hasta las voces campesinas del Pacífico, para regresar
finalmente a la vital esquizofrenia de Bogotá.
Esta noche el Festival
repite tripleta. Ojalá el público se anime a ser parte también hoy
del regocijo de las músicas vivas.
Agradecemos a Ricardo Gallo por sus observaciones y precisiones, quien nos explica, además, de qué se trata un Shruti box: "un instrumento para generar un drone usado en música hindú, no tiene sino una nota".
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