23/4/15

Los Toscos: el sabio aroma de un modelo flexible

Cortesía Los Toscos

La primera noticia que tuvimos de Los Toscos fue su disco Kalimán (Matik-Matik, 2013), grabado en Bogotá junto a Tony Malaby, un destacado saxofonista en la escena neoyorquina del jazz y la improvisación. En la grabación estuvieron también Juan David Castaño (percusiones), Jorge Sepúlveda (batería), Kike Mendoza (guitarra eléctrica) y Santiago Botero (contrabajo); la mezcla fue de Benjamin Calais (Ben, gestor de Matik) y estos tres últimos, fueron los productores del disco. Pero cuando Los Toscos se presentaron el año pasado con Carmelo Torres en el cierre del Distritofónico, estaban además Mario Galeano y Pedro Ojeda en tarima, pero no Jorge Sepúlveda; y cuando Malaby improvisó en Matik con Castaño y con Ricardo Gallo, no se habló como tal de Los Toscos. ¿Quiénes son entonces los de nombre tan arisco? Porque, se reunieron con nosotros para hablar del proyecto solo tres, pero varias veces nos decían, ¿se refieren a nosotros, o a Los Toscos en general?


Un comienzo inesperado

Luego de recibir un mensaje de Tony Malaby un día cualquiera, Kike Mendoza buscó con quién aliarse para juntar esfuerzos e invitar al saxofinista. Alguien que como él, tuviera “ganas de hacer cosas”, tan simple como suena, tan escencial como se requiere. Alzaron la mano Ben y Santiago Botero, y gracias a su primera gestión conjunta, Malaby vino para hospedadarse durante una semana en la casa de Matik, que al ser también la de los músicos experimentales en Bogotá, suscitó una convivencia inesperada con varios de ellos, cuyos frutos continúan cosechándose.

Durante aquella semana, que incluyó un conversatorio, varios talleres, fiesta y paseo, el estrellato de Tony Malaby se quedó en el estuche, en los carteles, y los músicos dialogaron entre iguales. Interpretó la música de los locales y se dejó permear por ella, la observó y la comentó, y al mismo tiempo él disfrutó y aprendió del modo en que ellos tocaron la suya, acogiendo su exigente experiencia; los encontró genuinos, sin pretensión alguna de sonar a Nueva York o a Berklee, originales en su relación con Bogotá y eso le gustó bastante. Tanto, que después los invitó a Nueva York para que llevaran allí su propia manera de entender la música, algo poco frecuente en esa escena; tanto, que quiso volver a Bogotá para celebrar con ellos sus 50 años.

Los afitriones, que lo habían invitado sin expectativas nítidas, descubrían así la riqueza de un encuentro entre músicos flexibles, dispuestos a ceder en su manera de hacer las cosas y a asumir riesgos musicales, durante un periodo de convivencia abierto por completo a las búsquedas artísticas en juego, en el que también tuviera lugar el compartir por fuera de la música, oportunidad que les permite llegar a la tarima o al estudio con la intimidad que difícilmente se da en las giras. De este modo, cuando se llegó el momento de definir cómo presentar Kalimán, la grabación que había resultado de la experiencia, Ben propuso que buscaran un modelo más versátil que el de una banda, que les permitiera seguir invitando a músicos para que vinieran a hacer este tipo de colaboraciones con los músicos locales. “Los Toscos + Tony Malaby” fue entonces una expresión que sentó las bases del modelo que a partir de 2013 viene tomando forma propia. Era visionaria la afirmación de Rafael Serrano cuando dijo que la visita de este saxofonista marcaría “el inicio de una época de gran influencia”.

Al año siguiente, gracias al puente establecido por Urián Sarmiento (de Sonidos Enraizados), se dio un proceso similar con el maestro Carmelo Torres y se definió entonces otro elemento escencial del proyecto: las invitaciones no tendrían que ver con la procedencia geográfica ni musical del invitado. Dado que Ben, Kike y Santiago tienen un claro interés en el jazz y en la improvisación, por supuesto la visita de Malaby era muy especial. Pero en el encuentro con una leyenda viva de la cumbia de acordeón, la experiencia fue igualmente enriquecedora. También en esta ocasión el invitado estuvo dispuesto a dialogar de igual a igual con los jóvenes cachacos, tanto para compartir su estilo y sus preferencias a la hora de tocar, como para animarse a improvisar, y a disfrutar la mezcla propuesta por Ben, por ejemplo, o la guitarra de Kike, inquieta, por fuera de su territorio, buscando cómo encontrar su lugar en un paseo vallenato o en una cumbia. Y eso es lo interesante, insisten los tres: ni el invitado toca para los anfitriones ni viceversa, sino que juntos encuentran una manera de compartir, por medio de la música.

El concierto del Distritofónico con el maestro Carmelo les sirvió a los músicos como experimento para la grabación. Ya que esta vez contaban con menos tiempo que con su primer invitado, valía la pena confiar en el azar, del que hacía parte la experiencia de Mario Galeano y de Pedro Ojeda en los terrenos de la cumbia. Y de nuevo, entonces, el resultado sería una colaboración orgánica entre las ideas de todos los convocados. En este sentido, la idea de Los Toscos es aprovechar todo el movimiento que se ha reunido en torno a Matik, pues “descubriendo la escena aquí, uno se da cuenta de que sí hay mucha fuerza, mucho carácter y mucha personalidad”, explica Ben. De ahí que también en 2014, el encuentro de Los Toscos con el maestro Carmelo Torres le haya abierto el camino a tres grabaciones que esperan lanzamiento para este año: un vinilo 7" y un CD, bajo el sello Names You Can Trust; un CD y un vinilo 7" con Los Toscos + Carmelo Torres + Edson Velandia, por un lado, y por otro, Los Toscos + Carmelo, con Miscelaneus Discográfica, que es la misma alineación presente en el CD con sello Matik-Matik. En un terreno tan fértil, su creciente lista de posibles invitados está hecha de músicos que, como ellos, se alejan del purismo en pro de su propia apuesta (más que estética, artística).

En 2014 volvió Tony Malaby, esta vez para visitar también Medellín, gracias a la unión con Santiago Gardeazábal a través de Nova et Vétera. Este año, entretanto, Los Toscos invitaron al baterista argentino Sergio Verdinelli, con quien se hizo un concierto triple: un dúo con Ben en la electrónica, otro dúo con Jorge Sepúlveda en la batería, y un cuarteto con Kike Mendoza, Holman Álvarez (piano) y Juan Manuel Toro (contrabajo). Aún no hay una grabación con él, como tampoco talleres con Carmelo Torres, pero se espera que ambas cosas puedan ocurrir en algún momento. 

La residencia: un modelo sin rutas o la siguiente fase de Matik-Matik

Para la siguiente aventura el invitado ha sido Edson Velandia (“el hijo insurrecto de Piedecuesta”, como lo define Luis Daniel Vega), con quien está en curso un proyecto muy experimental basado en una experiencia inédita de grabación. “Aquí todo es nuevo y todo es posible”, explican; se trata de ir a ciegas, para que sea el riesgo de probar y errar lo que dé forma al resultado, bajo el amparo de la mutua confianza en las cualidades artísticas y en el sentido crítico.

A raíz del elemento inesperado que trajo Velandia, quien vino también a transformar la idea que ellos le propusieron, Los Toscos confirman que su proyecto consiste en una plataforma de experimentación conjunta que busca aprovechar un escenario privilegiado para búsquedas artísticas sonoras. Lo bueno de esta convivencia, dice Kike evocando las palabras de Velandia, es que les permite experimentar en los momentos y con los recursos con que usualmente no se experimenta. Y es que, precisamente ahí está la razón de ser de Matik: un lugar de encuentro para los impúdicos de la improvisación y el experimento, que se juntan para ponerse de acuerdo en cómo acompañarse a hacer lo que les provoque intentar, poniendo en diálogo su propia flexibilidad.

Todo este recorrido los ha llevado a entender que, sin haberlo planeado, Los Toscos están hoy inmersos en un proyecto de residencia artística, que en El Orejón interpretamos como una nueva fase en la trayectoria de Matik-Matik. A los invitados se les cubren todos los gastos de viaje y se les hospeda en Matik, donde pueden disponer a sus anchas del espacio y sus recursos. A cambio, se les pide 25 horas de trabajo a la semana, repartidas entre actividades como talleres, ensayos, grabación y conciertos. Y, haciendo todo eso en una semana, quedan uno o dos días libres que los anfitriones aprovechan para pasear con el invitado. Así, en la invitación es tan importante ensayar, grabar y tocar con otros artistas locales, como compartir talleres con jóvenes músicos en formación, y conocerse y dialogar en distintos contextos.

El propio aroma

Así las cosas, hablar de Los Toscos es hablar de Benjamin Calais, Kike Mendoza y Santiago Botero como gestores y productores de proyectos musicales en los que invitan a músicos de su gusto y se ocupan de lo correspondiente para traerlos, desde redactar comunicaciones hasta aportar el dinero necesario. En su caso, lo tosco alude entonces no solo a lo áspero (como le diríamos en Bogotá a un músico muy teso, por ejemplo), sino también al “trabajo sucio” con el que pocas veces los artistas quieren entenderse. Los tres comparten plenamente el compromiso de cada propuesta; son, en este sentido, un proyecto de gestión y de curaduría musicales.

Pero Los Toscos como tal, insisten ellos tres, son “la banda que se arma según lo que el proyecto necesite, según el invitado y según lo que queramos hacer, según la curiosidad artística que tengamos”, luego en su nombre cabe el de todos los mencionados hasta el momento, más el de quienes acepten sus invitaciones en el futuro. No importa si en un momento dado ninguno de los tres está en tarima, o si en algún caso se presentaran ellos solos. Además de los músicos nombrados, también mencionan la presencia fundamental de Luis Daniel Vega y de Santiago Gardeazábal (“otra extensión de todo esto que está pasando”, resaltan), así como el trabajo gráfico de Bibiana Rojas y de Giuliano Ferreira. Han recibido cierto apoyo institucional, pero en general prefieren la independencia plena. Han visto que la escena, de la que se reconocen miembros herederos, es capaz de sostener los proyectos en la medida en que las expectativas no sean demasiado ambiciosas y se concentren en que las cosas ocurran, que es su mayor retribución material. Una manera de hacer las cosas que también comparten con la creciente movida musical independiente en Bogotá, vinculada por la apertura a recorrer cualquier género, por el deseo de “hacer música y celebrar la expresión del sonido como tal”.

Los Toscos, entre risas, se refieren a sí mismos como los sucios, como “una suciedad” más que una sociedad. Esta idea está vinculada con lo estético, en virtud de la sonoridad característica de todos estos músicos de la escena que aprecian el sello auténtico de su trabajo y disfrutan transpirar como quien se reconoce sin pudor en el olor de su propio cuerpo. De ahí la expresión que se ha ido acuñando entre amigos para referirse al espíritu de su música: 'pecueca', que contrario al desagrado que evoca, es uno de los atributos que de hecho Malaby ha encontrado muy seductor en su experiencia en Bogotá. Los Toscos, entonces, son parte de los que no pretenden sonar a colonia fina sino que celebran su propio aroma.

Este es un rasgo que proviene también de la relación de los músicos con la ciudad. Para Santiago Botero, el caos de Bogotá le permite al artista elegir cada día cómo asumir la ciudad y eso hace que al final la creación sea muy orgánica, pues la música acaba permeándose de la impredecibilidad del entorno. No en vano, “tocar sucio” le ha dado un color muy atractivo a la música que habita en Matik. Aunque, no se trata de una postura técnica (las pulidas grabaciones de toda la escena así lo confirman), sino de asumir la imperfección natural y acogerse a ella para llegar a disfrutarla en cada búsqueda. En vez de resistirse, pues, a lo que se es y a donde se vive, hacerse flexible termina siendo muy provechoso para la creación y para el disfrute, pues permite que el trabajo se transforme en un gozo muy humano, el de la diversión y el aprendizaje entre amigos. Ya que Los Toscos se declaran apenas en sus inicios y que tienen entre manos un recorrido de largo aliento, quedamos aquí a la espera de sus felices y olorosas noticias.


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