Como parte de una exposición en torno a la experiencia de ciudad que suscita el desarrollo de nuestra capital durante las últimas décadas, Hora Local se presentó la semana pasada en el Mambo. Su presencia en este contexto resultó muy sugestiva, no solo por la historia de la banda, contada por doquier desde su reencuentro en Soluciones para todo menos para los problemas (MTM 2007), sino también por la inquietud que despierta la retórica de sus letras, tres décadas después de haber sido creadas. ¿Qué nos decía su puesta en escena en medio de esta exposición, que reúne a varias generaciones de artistas, llamada Bogotá: belleza y horror?
En
el escenario: Ricardo Jaramillo (guitarra líder y director musical),
Fernando Muñoz (eufórico, en el bajo), Nicolás Uribe (guitarra
rítmica), Pedro Roda (teclado), Gonzalo de Sagarmínaga (batería),
Juan Pablo García (voz líder) y Eduardo Arias ('locutor sin
licencia'), quien hacia las siete de la noche, al frente de un
micrófono de locución, da inicio al concierto con los gestos
histriónicos que son sello personal en sus trabajos. Esta vez, un
tapabocas y el simulacro de un traje de aislamiento, acaso como si
viviéramos ya el preapocalipsis anunciado en Londres.
O tal vez, mejor, la simulación del inicio de un viaje: indicaciones
para sobrevivir en caso de desastre. Sí, un viaje, el de todos los
que anhelaron irse. Al cuello, un maletín con la sigla BOAC
del que sale una cafetera vacía, con la que sirve aire en vasos
transparentes que se fracturan al caer, silenciosos, contra el suelo
frío. Oímos Los tacones de Hollywood,
y con los acordes se aviva en el Orejón la curiosidad en torno a la
inspiración de canciones hechas en la Bogotá de los 80, que suenan
hoy en el mismo sitio donde se exhibe la Revista Chapinero, parte
también de esta exposición de una Bogotá en decadencia.
Días
después, ya con las letras en los audífonos, nos damos cuenta de
que esas canciones de Orden público
(Roxi, 1991) fueron escritas desde el 86 hasta el inicio de la nueva
década. Vemos también que su crítica no llega a ser denuncia,
distinción que se expresa con claridad, por ejemplo, al comparar la
minimalista Implicados,
perturbadora hoy como hace 30 años, con su versión Héroes
implicados: nada qué decir,*
grabada en 2007 por la Orquesta Sinfónica de Chapinero (proyecto de Eduardo Arias y Karl Troller). Esta pieza,
hecha por completo de nombres propios, de acontecimientos con fecha y
de cifras de carne y hueso, presenta una lista estremecedora mediante
un uso sarcástico del discurso mediático. Y el contraste nos hace
pensar en esa generación que durante los estertores finales de la
Guerra Fría, escucha absorta y desconcertada las resonancias de un
orden global inestable, del que en realidad no se sabe nada. Solo se
sabe que en él explotan plantas radioactivas (ya Los Prisioneros
habían cantado el miedo “al dedo que alguna vez apretará el
botón”), y que el reparto de los poderes tiembla; pero se intuye
apenas que los efectos inciertos del mundo en camino se dirigen hacia
acá, donde los jóvenes se avergüenzan de su ciudad, la capital
paupérrima de un país donde se consolidan por los mismos años el
paramilitarismo y la narcoguerrilla, y donde los atentados y las
masacres son el telón de fondo para una nueva Constitución y para
la apertura económica.
Sin
embargo, todo presente es difuso. En la música que se inventó Hora
Local, aunque impregnada del malestar que el rock en español
aprendió a beber del punk en su lectura del entorno propio, las
vibraciones del cambio no parecen audibles del todo para la
conciencia de esta generación, más heredera quizás, en su realidad
urbana, de la paranoia y el terror que le habían dado forma al mundo
por cuarenta años, que de los tumbos de un país agrícola. A
nuestro modo de ver, la música de Hora Local expresa una aguda
tensión, invisible para ellos mismos, entre dos tiempos simultáneos
pero no homogéneos, el de lo global y el de lo local; tensión entre
una incertidumbre cosmpolita y las certezas deplorables que nacen en
la proximidad individual. Sus letras hablan de quienes buscan irse y
de quienes se quedan; de las sombras que el centro global proyecta
sobre esta periferia no menos oscura. Y, pareciera entonces que casi
treinta años después de Orden público, su
nuevo tema Sigue siendo Bogotá
confirma esta tensión propia de la música de Hora Local.
Todo esto, aunado al entusiasmo que sentimos en el Orejón al ver, por
primera vez, a la banda en vivo, nos llevó a conversar con Eduardo
Arias sobre cambios y continuidades de nuestra sociedad, que
podríamos ver en la clave de las artes que nos convocaron en el
Mambo. Para él, los bogotanos vivieron un cambio en su percepción
de la ciudad a raíz de nuevas realidades que, a partir de los 90,
marcarían una época distinta para la ciudad. El nacimiento del
Festival Iberoamericano de Teatro y de la Constitución Política del
91; el éxito de Carlos Vives, Rock al Parque y este último,
vinculado con la acogida del rock como manifestación cultural, son
acontecimientos que modificaron el sentido de pertenencia de la
juventud bogotana en relación con su ciudad. Pero antes de que esto
ocurriera, la insatisfacción por todo lo que Bogotá no era
inspiraba un proyecto como la Revista Chapinero (liderada por Arias y
Karl Troller), con una destacada inspiración en el trabajo de
Beatriz González, y en la que el humor y las historias dan cuenta de
esa categoría genial inventada por ellos para abordar la realidad:
nostalgia ficción. También hoy sentimos nostalgia por una Bogotá
de ficción; lo refleja la exposición del Mambo.
Surgida
antes que Hora Local, la Revista Chapinero es un proyecto que se ha
mantenido vivo gracias a su voluntad de adaptación a los cambios
tecnológicos que van trayendo las décadas, durante las cuales, sin
embargo, el devenir político local pareciera siempre el mismo. Tras
15 ediciones, que circularon entre 1980 y 1989, el papel cedió para
darle paso al primer disco de Hotel Regina y la Orquesta Sinfónica
de Chapinero, un proyecto sonoro de sátira política que daría luz
a dos discos más. Así, los trabajos Gaitanista (Roxi,
1990); Transite bajo su propio riesgo
(MTM, 1999) y Concierto para delinquir
(Independiente, 2003) expresarán una conciencia distinta a la que
vivió Hora Local. Una conciencia sumergida en su contexto, testigo y
parte de lo que significó para nuestra historia reciente el humor de
Zoociedad, y que hoy sigue burlándose de la realidad con el sinsabor
de un presente a veces risible, pero por lo general no tanto. Es así
como de la plataforma del disco, la Revista desemboca hoy en la red a
través de Radio Chapinero.
Pero el nombre de este barrio capitalino no debe entenderse como una
añoranza cachaca en estos artistas, sino como el genérico que ellos
encontraron propicio en su momento para aludir a la Bogotá de la
Trece con 63, congestionada de buses y saturada de humo, de negocios,
de ruido. Una Bogotá distinta a la que anhelaban en los 80 los
hippies rezagados, pero semejante a la que recorren hoy los jóvenes
que llegaron a escuchar a Hora Local en el Mambo, bien porque se
enteraron a tiempo, bien porque las boletas alcanzaron, pero en
cualquier caso, presentes allí por lo que esta banda tiene aún para
transmitirles sin distancias de generación.
El
concierto, emotivo y vital, se prolongó en medio de abundantes
sonrisas, que pasaron a ser carcajadas amargas cuando, en Orden público alterado,
Arias imitaba ya no a César Gaviria sino a Álvaro Uribe. Y aunque
el público no alcanzó
a amortiguar la reverberación del escenario (el primer piso del
Mambo), se cantó y se bailó allí como el rock manda. En el sótano
del edificio, las fotografías** de las madres de Soacha, sumergidas
en tierra para la exposición, permanecían en silencio.
** Obra Ausentes, de Carolina Satizábal.
Agradecemos a Eduardo Arias por recordarnos que también en 1987 Miguel Mateos le cantó a la incertidumbre del momento en que alguien apriete el botón, en "Cuando seas grande".
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